sábado, 18 de septiembre de 2010

TRES DE HERA...


EL ALMA DE LA FIESTA.

Ella iba y venía de un lado para otro… recibía a los invitados y los regalos… incluso a muchos de ellos los abría y los colocaba en una especie de vitrina que había pedido estuviera ahí, para  tales fines.
Salió en todas las fotos y a la hora de la torta se paró estoica en el lugar indicado. Cantó, se emocionó, y si bien le faltó soplar las velitas,   pidió los deseos.
Había organizado cada detalle de la fiesta… decidido ella misma la decoración del salón, la animación, la música, la cena… todo, sin dejar nada al azar… tal vez por ello, por toda esa dedicación invertida y por la consecuente euforia que resultaba evidente, cualquiera hubiese creído que era ella la que festejaba los 40… No, pero casi… el del cumpleaños era el marido!

LA CARTA.
Durante mi infancia, con mi familia, pasábamos los veranos en Manantiales… conocí entonces una señora que seguramente no pasaba los cincuenta y pocos, pero que a mí me parecía una abuelita, una anciana.
Muchas veces la visitábamos porque ella cocinaba unos bizcochitos miniaturas riquísimos y nos invitaba… también nos regalaba tomatitos cherry que cosechaba de la mini quinta que había armado en el fondo de su casa. Siempre la veíamos limpiando, lavando o haciendo mandados… no tenía hijos… pero sí un marido que trabajaba hasta tarde.  Doña Emma, desaparecía cada día con la puesta del sol, la cual coincidía con la llegada del marido a la casa.
Una mañana, la vecina  vino hasta nuestro hogar con una carta en la mano y le pidió a mi mamá que la leyera… cuando se fue, pregunté muy curiosa si ella no sabía leer, la respuesta fue la obvia y  también obviamente quise conocer  cual era la razón por la cual no aprendía…  Entonces, mi mamá me respondió que para Emma, no era importante saber leer, pues entendía que  era suficiente con que su marido supiera hacerlo y creía  leer  a través de los ojos de él.

TIC TAC ... TIC TAC
El tiempo era su aliado, cada día que pasaba confirmaba el poder de la institución, reafirmaba el valor del matrimonio, de la familia… eso hacía que ella viviera plena, satisfecha y que estuviera cada vez más cerca de cumplir la promesa hecha ante el altar “hasta que la muerte nos separe”… Nada parcia ser más importante que cumplir con esa promesa… ni los hijos mismos. Por eso, cuando supo que su marido la engañaba enfureció, enrojeció de cólera… y lo echó… para luego perdonarlo  y recibirlo nuevamente… una y tantas veces… Sucediera lo que sucediera había algo que no iba a suceder… ella jamás dejaría de ser la "señora de Saravia" … ella jamás perdería su lugar de reina… aunque ese lugar fuera a la sombra de él… justamente para eso estaba... por eso vivía...
 Y así fue….por siempre…



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