lunes, 12 de septiembre de 2011

Un angel, llamado hijo...


A veces, la vida nos trae un ángel de regalo, hijos que llegan a nuestras vidas por un corto tiempo,  que tal vez no llegan siquiera a recibir el calor del sol.
Esos ángeles, son un regalo de doble filo, lo agradecemos y a la vez nos preguntamos por qué o para  qué  lo recibimos.

Cuando perdemos un hijo, queda un inevitable vacío de ilusiones, un vacío que llenamos con un llanto contenido, que algún día más tarde o más temprano, tendremos que devolver en pequeñas cuotas de lágrimas.
Cuando perdemos un hijo, queda la tristeza enorme de los meses que no amantamos, del cochecito que no compramos, de los cumpleaños que no festejamos y del Papá Noel que ya no supo qué hacer con el regalo que para esa criatura tenía destinado.
Cuando perdemos un hijo, queda la imagen de los juegos que no jugaron, del beso con abrazo que no les dimos, de la mano que no tomamos, del calor que no le  brindamos, el mismo que no recibieron.
Cuando perdemos un hijo, queda también,  la sensación de contar con alguien, que nos cuida y nos guía desde una dimensión tan existente  como invisible y es por invisible que nos cuesta tanto tenerle fe, creer en ella y dejarnos guiar, entonces, nos ponemos a luchar, a maldecir por lo que nos hizo la vida, a preguntarnos por qué a nosotros, a buscar explicaciones a cosas inexplicables… hacemos eso, en vez de aceptarlo como el regalo más sagrado que la vida pudo hacernos, un regalo costosísimo, un regalo premium que solo unos pocos estamos preparados para recibir.
Cuando perdemos un hijo, no lo perdemos, se queda con nosotros eternamente, aún más presente que los “presentes”, aún más vivos que los “vivos” …

viernes, 9 de septiembre de 2011

Uno de Neruda, porque nosotros los de entonces ya no somos los mismos.




Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: la noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé  tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oir la noche inmensa, más  inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Que importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.